Lo hecho por lo dicho
¿Dignos de un salario digno?
- Por:
- STEVEN BERMÚDEZ
- Lunes, 13 de Julio de 2015 a las 11:37 a.m.
El profesorado de LUZ erige sus demandas salariales apoyadas en simulacros. Estos se convierten en marcadores ideológicos de su incomprensión de la sociedad
La fluorescencia nos advierte de la voracidad del sol. Maracaibo nos incinera. Por eso ella viste una blusa azul de mangas cortas. Un juego de colgante y zarcillos enmarcan al impoluto atuendo. Lleva una gorra que se conjunta con la blusa. No sabemos qué ni a quién mira porque sus lentes de sol (de marca, seguro) privatizan la contemplación. La piel del rostro está resguardada del cáncer. Sonríe. En su mano izquierda, una botella de plástico con un líquido verdoso. Podemos maravillarnos de unas uñas pulcras y laboriosamente esculpidas. La mano derecha empuña un aparejo de limpieza y su brazo se estira, torpe, sobre el parabrisas de un carro desconocido. A pocos metros, un cortejo de clics fotográficos perpetuará la hazaña.(X)
A principios del mes de junio, la Asociación de Profesores de la Universidad del Zulia (APUZ) promovió protestas gremiales con estas palabras incitadoras: ¡Por un salario digno! Debo confesar que hasta hace unos meses yo vivía “dignamente” con mi salario; ahora ya no. Y eso que envejezco y demando pocas pretensiones materiales.
La lucha gremial por un salario digno es incuestionable. Es más bien una perogrullada; a pesar de que mucho profesor universitario que conozco no rinde cuentas, tiene horarios flexibles, presenta trabajos de ascensos en cuartos oscuros frente a jurados amigos, sabe bastante bastante de poquito poquito, tiene una débil formación filosófica, difícilmente puede hablar de un buen libro, una buena película o una buena obra teatral. A pesar de tales futilidades, merecemos un salario decente.
La dimensión “creativa” de las protestas consistió en salir a ciertas zonas de Maracaibo y usurpar la labor de trabajadores callejeros: limpiadores de carros, vendedores de frutas o cuidadores en los estacionamientos públicos. Todo ello para demostrar que esas degradantes ocupaciones lograban, al final del día, mejores “salarios” que los nuestros. En el epicentro de la campaña, nuestra vicerrectora académica representó la actuación que al comienzo describí.
Ahora sabemos que las neuronas espejos son responsables de la empatía emocional; esa capacidad que nos permite ponernos en la posición del otro y sentir lo que él siente. Cuando se salió a la calle y se plagió el trabajo de los “indignos”, no se hizo en un ejercicio de conocimiento, para contrastar las carencias, para estimularse en la metacomprensión de las anomalías sociales. Por el contrario, se hizo para rearfirmar la distancia, por la rabia de sentirse “igualados” con aquellos que no deberían alcanzarnos. Se hizo desde la autoaceptada diferenciación de clase social (¿Olimpo académico?), desde la nula gestión de la empatía. Aún peor: fue el simulacro de una insincera teatralidad, espectáculo televisivo, posmodernidad mal entendida. La interpretación es un lugar. La campaña se asentó, para mí, en un lugar terriblemente discriminatorio. Fue una eficiente representante de lo mal que la universidad gestiona la empatía social. La universidad está emocionalmente enferma, diría Humberto Maturana.
En el caso de nuestra vicerrectora, ahora habría que reclamarle correspondencia: ella debería buscar a alguno de esos muchachos que limpian los carros en una esquina de Maracaibo y dejarlo que administre el vicerrectorado académico de LUZ. Por su cuenta. Por un día. Que reciba, también, el indigno salario que ella se gana. Incluida la deliciosa prima salarial que acaban de adjudicarse por la gran creación intelectual (libros, conferencias, artículos, manuales y patentes) que ellos (rector, vicerrectores y decanos) producen y nos dejaran como herencia. Digo yo.
Sólo por ser recíprocamente dignos.
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